Aquaman: los peces en el río


El universo cinematográfico de DC no ha tenido alguna película que la salve de hundirse. Es casi imposible rescatar algo que yace en el fondo del mar. Y la competencia no está difícil, gana quien crea el mejor espectáculo más no la mejor cinta. El nuevo intento de DC por ser espectaculares es el espectáculo más mareador de los siete mares. Aquaman (2018) es la prueba más reciente de la incapacidad de Hollywood para resolver cualquier conflicto sin recurrir a madrazos. 

Arthur Curry, el hombre pez, (Jason Mamao) es producto del amor entre la reina de la Atlántida y de un terrestre cuidador del faro. Y el producto de su amor unificará el mundo marítimo y el terrestre. Bajo el mar, —dónde la vida es mucho mejor que allá arriba y las algas más verdes son—, ha dejado de ser el reino tan musical que conocí en La Sirenita (1989). La Atlántida es un ciudad tan avanzada que su sistema político se basa en la monarquía, —los escritos de Marx no han llegado porque se mojan—. En dicha ciudad bajo el mar, está Orm, hermano menor de Arthur, que es concebido después de que su madre regresa para unos hombres del mar con traje espacial no lo asesinen. Tal hermano quiere declararle una guerra a la humanidad, porque al parecer nuestro plan de no usar popotes ha fallado: la contaminación sigue allá abajo y están bien enojados. Arthur tiene que prevenir la guerra, y Orm hacerla a toda costa. Una historia que no reunirá afectivamente a dos hermanos, sino que los enfrentará con sus tenedores gigantes. El ganador es el que tenga el palo más grande y el que lo use para romper el palo del otro. 

Aquaman puede pasar cómoda ante las otras películas que intentan contar una historia espectacular que divaga demasiado como para enconarse en tan simples aristas narrativas. Es una película cuya historia me deja deshidratado. Jason Mamao parece que no se aprendió las lineas del guion y ese día se inventó unas cuantas medio chistoretas. Tampoco tenía mucho para trabajar. Al protagonista le falta un conflicto interno, o un motivo, o un buen baño. Mera (Amber Heard), el no pero sí interés romántico, tiene un guiño hacia algo que se llama construcción de personaje. La actriz hace todo su esfuerzo para escapar de las casillas del espectáculo y darle a su personaje un giro fresco, no es damisela en peligro, pero tampoco alguien de gran interés. Si usted logra entender porque es un héroe es más grande que un rey, quizá por el hecho de que lucha por todos, pasará las escenas de acción, marcadoras a más no poder, a gusto. La historia es una sopa de mariscos en la que todo pescado hace acto de presencia en un caldo que rebosa la cantidad del plato hondo. Quizás, si uno corre con suerte, no deseará probar un marisco después de la película. 

Ahora sé porque los niños de Roma (2018) abandonaron la idea de ser peces marinos cuando visitaron el mar. Aquaman es un zambullido de CGI que deshidrata el corazón pero que reanima cuando se termina. 

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