La camarista


Un cuarto de hotel tiene la intención de sustraer todo signo de cotidianidad pero Lila Avilés muestra en La camarista (2018) que incluso en los detalles mínimos hay trasfondos gigantescos. En su primer película, Lila Avilés nos sitúa dentro de un lujoso hotel de la Ciudad de México y nos presenta a Eve (Gabriela Cartol), una camarista que aspira a trabajar en el piso 42 del edifico. 

En ningún momento de la película salimos del hotel. La cámara, por lo general, esta fija y sin movimiento. La imagen suele encuadrar a Eve entre los objetos del hotel que la rodean y encapsulan. Sábanas, pasillos, almohadas, jabones y toallas. El encarcelamiento de Eve se sugiere por medio del encuadre. No es necesario más que la cotidianidad de Eve para sugerir una injusticia laboral o estructuras de poder que sucumben ante sus hombros.  

Por medio de sus conversaciones telefónicas y sus interacciones conocemos quien es Eve. Es una madre de un pequeño, lo cuida su vecina porque ella trabaja horas extras por sustento. Le gusta la vista que ofrecen los cuartos del hotel, las hojas secas y explorar la vida de los huéspedes por medio de los objetos que habitan sus cuartos. Ella es tímida, se pone nerviosa cuando interactúa, pero también es dedicada y noble. 


Por detalles mínimos se puede ubicar con facilidad cada cuarto de cada huésped en la película. Ya sea el del fotógrafo japonés que le regala una hoja seca a Eve o el de una madre argentina que le ofrece otra oportunidad laboral. Los espacios tienen un detalle que permite ubicar al espectador en el área específica de la historia. La repetición del espacio dentro de la historia llega a tener una fuerte carga simbólica. 

Eve encuentra peripecias en el trabajo que quiebran con la cotidianidad. Un hombre escondido entre las sábanas, un judío que necesita que alguien toque los botones del elevador por él, una madre que necesita que sostengan a su hijo mientras ella se baña, un juego de toques, un grupo de estudio que promete superación, la posibilidad de un mejor trabajo, un vestido rojo de objetos perdidos que podría ser suyo, el deseo sexual y el amor. 

La camarista no tiene prisa, te atrapa en la cotidianidad de Eve, en su intimidad dentro del hotel. En esos pedazos de hojas secas, o en palomitas guardadas en pequeñas bolsas, en puertas que se tocan y nunca se abren, en elevadores que suben y bajan eternamente, en esa vista que para alguien es futuro y para otro presente. En esos detalles pequeños que esconden una estructura de poder que le quita el aliento y el sueño a Eve. Un acto tan mínimo en esta película es el acto más significativo y poderoso que Eve puede hacer. Es cierto, las grandes historias contienen detalles pequeños. 

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