Gauguin, viaje a Tahití: la fragancia del artista




¿La vida de una persona puede ser considerada obra de arte? La pregunta amplia la mirada hacia lo que hay detrás de la obra: la vida misma del artista. ¿Qué tiene, entonces, el valor artístico? ¿La obra o la vida? 

Vincent van Gogh, quizás sea, la figura más emblemática de lo anterior. Vende una pintura durante su vida, se corta la oreja en un acto de locura, y muere sin que sea reconocido dentro del ámbito pictórico. Lo que pinta transmite sus propias emociones. Es un autor que vive más allá de su pintura. Vida y obra están estrechamente unidas. Aunque no fue apreciado en su tiempo, hoy en día sus pinturas son consideradas obras mayores. El precio estimado de la noche estrellada, quizá la pintura más conocida del pintor, alcanza los 300 millones de dólares. La tragedia alrededor de la vida de Vincent van Gogh es pura romántica: es el artista que hace todo por el arte. En un episodio de la quinta temporada moderna de Doctor Who, van Gogh es transportado al presente en donde asiste a una muestra de su obra. La escena, de por sí emotiva, desea que van Gogh haya vivido lo suficiente para contemplar su éxito. 

Loving Vincent (2017), es una película animada cuya manufactura está realizada completamente a base de pintura. La historia retoma las cartas que escribe van Gogh hacia sus familiares y amigos como hilo conductor que desenmaraña las circunstancias de su muerte en 1890 a través de diferentes perspectivas. En casi 65,000 fotogramas se retrata el corazón de van Gogh, su mirada al desnudo y sus preocupaciones artísticas. Parte de una premisa sencilla: Armand Roulin tiene que entregar la ultima carta de van Gogh a su hermano Theo. Roulin sirve de guía para el espectador. Los relatos que cuentan los personajes secundarios articulan un misterio cuya solución será únicamente tarea del espectador. Loving Vincent da contexto más que claridad alrededor de los últimos días de van Gogh, sitúa la historia dentro de sus pinturas, y de esa forma, no sólo captura la esencia pictórica sino también su alma. 

En el marco de la vigésima segunda edición del tour de cine francés, una de las siete películas en exhibición es: Gauguin: viaje a Tahití (2017). Esta película —no animada—, expone la estancia de Paul Gauguin (Vincent Cassel) durante su primer viaje a Tahití. En 1891, Paul Gauguin quiere abandonar la vida europea, la cual considera convencional y artificial, para abrazar una vida rupestre, que nutra su espíritu artístico creador. Noa Noa, —del tahitiano que significa muy perfumado —, es el título del libro que escribe sobre su experiencia en Tahití. En dicha narración, Gauguin relata que tiene como esposa a Tehura (Tuheï Adams), una joven nativa que posa para él en varias de sus pinturas. El guión escrito a dieciséis manos describe su relación con Tahití, con Tehura, y sobre todo: las dificultades del ser artista. 

La relación entre ambas películas no se limita a retratar una etapa de la vida de un artista. Paul Gauguin y Vincent van Gogh estuvieron muy relacionados, en efecto, vivieron una parte de su vida juntos en Arlés, lugar en el que se dedicaban a pintar. Sin embargo, cuando la relación se vuelve tensa, Gauguin decide irse. Los dos personajes comparten la tragedia del artista: su obra obtiene popularidad después de su muerte.

Viaje a Tahití no utiliza diferentes perspectivas para contar la historia sino todo lo contrario, utiliza la de Gauguin. Sin embargo, es poco lo que articula sobre él en casi dos horas de duración. ¿Qué ocurre si eliminamos a Gauguin del título? Es la historia de un hombre que huye de una sociedad en la que se siente atrapado para asfixiarse en otra. El pintor escapa de Francia, sus pinturas no venden, y no puede mantener a su esposa y cinco hijos, quienes nunca regresan a la narrativa. En Tahití, se dice feliz, pinta hasta agotarse los lienzos que recurre a bolsas de papas. Cuando conoce a Tehura, ella anima su corazón artístico: como niño con juguete nuevo la pinta sin cesar. Por ahí hay un triangulo amoroso que no termina de cuajar, y un climax que está sin sabor. El viaje a Tahití, tan bien recreado, vivo y latiente, no logra traspasar la pantalla. Gauguin, el personaje de la ficción, no tiene un fin o un deseo que penetre la narrativa. Eso sí, muestra que lo hace todo por su arte pero eso no parece traerle mucho conflicto. La psicología de Gauguin no se articula aunque el viaje que realice tiene los elementos para enaltecer la figura del espíritu artístico. De Loving Vincent no tiene sus aciertos, ni su cariño. A pesar de una lograda cinematografía, y una convincente interpretación de Cassel, la película no tiene nada que decir sobre Gauguin. Ni siquiera un pretexto para explorar la inspiración de sus pinturas, cuya presencia en la historia puede pasar inadvertida.  

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