Tiempo Compartido: del que se convirtió en marioneta y del que fue tragado por una ballena.



El segundo largometraje de Sebastian Hoffman, Tiempo Compartido (2018), bien podría no acomodarse en un sólo género,  por un extremo, humor negro, y del otro, un horror corporativo. La idea central emerge de la superficie del relato: el lado artificial de los hoteles y las corporaciones. Incluso, a mayor profundidad, la crítica señala las historias de éxito de causa trágica, del tipo de superación personal. 

La narrativa cuenta en paralelo la historia de Pedro (Luis Gerardo Méndez) y Andrés (increíble actuación de Miguel Rodarte). Pedro lleva de vacaciones a su esposa, Eva (Cassandra Ciangherotti) y a su hijo al hotel Vistamar para sanar como familia. Pero son obligados a compartir la villa residencial con otra pareja y sus hijos. Por otro lado, Andrés, empleado del Vistamar, con aspiraciones ascendentes en el hotel, alucina flamencos a pesar de estar bajo medicamento. Gloria (Montserrat Marañón), su esposa y empleada del mes del Vistamar, podrá ascender  de puesto si logra que la familia de Pedro adquiera un tiempo compartido. 

La fotografía, quizás inspirada de las revistas vacacionales, de colores vivos y sobre saturada, retrata tan solo una realidad artificial. Es una herramienta narrativa para aludir al misterio que esconde el hotel Vistamar. Hay una sensación asfixiante que proviene de la composición de cuadro dentro de cuadro. El reflejo de los personajes sobre superficies acuosas o difuminadas que apunta hacia su realización dentro del juego corporativo. Incluso las pirámides que abarcan parte o total del cuadro. Además, la música de Giorgio Giampà provoca la cereza en el pastel: el verdadero alucine del espectador. 

Tiempo Compartido parece que no tiende hacia algún lugar mientras no conecte a Pedro y Andrés en la historia. A partir de ahí, sucede lo que no fue sugerido en la película: un panorama paranoico sobre las técnicas de venta en los hoteles. Pedro es entonces tan solo una marioneta que por una serie de malas experiencias no cae dentro del juego del mundo paradisiaco. ¿El companche es una extensión de la compañía para hacerle firmar tratos con inflables como recompensas? ¿Qué más saben de Pedro y su familia? Lo que sabe la audiencia es muy poco —no se sabe, por ejemplo, cuál es la condición médica de Eva—. Poco provecho hay en la relación de Pedro, con su familia, y con la que comparte residencia. Puede decirse que su encanto decae gradualmente, pero no hay cambios que desaten nuevas situaciones. Todo esta reservado para el explosivo final. 

Andrés está hundido en la miseria psicológica corporativa. Quiere ascender a un puesto de reconocimiento pero su condición medica no lo permite. No está enfermo, sólo ha sido tragado por la enorme ballena Vistamar. Cuando perdió a su hijo, él y su esposa se distanciaron, cada uno por su propio camino en busca del éxito. La otra crítica de Tiempo Compartido es hacia las tragedias que se vuelven oportunidades. En lugar de que Andrés aproveche la suya propia, provoca una aún más grande dentro de la corporación para salir adelante. Parece que la única manera de alcanzar éxito es ser tragado por una ballena y vivir para contarla. 

Las vacaciones, en cualquier época del año, son sinónimo de relajación y tranquilidad, menos que esto obtienen los protagonistas. La contaminación corporativa ha llegado hasta los hoteles, único lugar en el que se pensaba que uno puede descansar.  Tiempo Compartido recuerda que los hoteles no son de confianza y que ya no tenemos opción más que caer en la locura. 

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