La Mula: viejitos al volante



Sólo alguien desea alcanzar los 100 años si tiene 99 años, dice en alguna parte Earl Stone, el personaje interpretado por Clint Eastwood en su más nueva película, La mula (2018). Por otro arista, apunto que hace pocos días comenzó un nuevo año, y el tiempo en pleno Enero se antoja despacio. El tiempo escurre de nuestras manos como la arena sobre el mar. Y para todos hay un final. ¿Y qué se hace cuando uno está cerca de llegar? 

Tanto Clint Eastwood como Jean-Luc Godard siguen activos realizando películas en el cine, ambos con 88 años de edad. Lo anterior es fascinante porque ganas no les faltan y tiempo es el único enemigo. Jean-Luc Godard estreno recientemente, El libro de las imágenes (2018) —exhibida en la 65 muestra internacional de cine—. La sucesión de imágenes en la película corre paralelamente a la libertad con la que la historia de Pierrot le fou (1965) se movía. La música viene y va a su antojo, las imágenes se van a negro si quieren, el sonido aparece y desaparece. Uno bien puede perderse en las imágenes de la pantalla grande, tal vez quizá como lo hacemos en nuestros celulares. Para mí, es una respuesta del gran artista francés hacia los cambios en los nuevos medios de consumo de imágenes. 

En ese sentido, La mula (2018) de Clint Eastwood también es una respuesta a esos cambios, quizá más ostensible. Earl Stone es un agricultor que siembra lirios cuyo negocio enfrenta una crisis en pleno emporio del internet. Sin dinero, ni trabajo, ni familia que lo acoja, pues ha priorizado su trabajo durante la mayor parte de su vida que ni su hija le mantiene la palabra, Earl acepta un trabajo para un cartel como mula: conducirá cierto tramo de la carretera con su camioneta con unos kilos de cocaína, —o fabuloso—, en la góndola. El “Tata” es el nuevo apodo con el que lo recibe este cartel en el que será la mejor mula, ¿quién sospecharía de un viejito blanco americano sin antecedentes penales? 

La estructura de la película es suave: la decisión importante del personaje, y lo único realmente dramático sucede hasta el tercer tercio de la película. Lo demás ha sido un largo sentimentalismo hacia Earl. Lo que delinea a Earl como personaje reside en su conflicto. ¿Familia o trabajo? Al principio de la película, es muy claro por los diálogos expositivos, que Earl no ha asistido ni al bautizo de su hija, ni a su graduación y por lo que parece, a su boda. La gran decisión que enfrentará como personaje es decidir entre uno y otro, la película solo alarga esta decisión. Mientras tanto, Earl ganará dinero, y lo usará para revivir negocios del pasado, o ayudar a su familia, o conseguirse una nueva camioneta: lo gastará para volver a vivir. Lo que realmente define al personaje es la decisión que tomará, y en este punto, usted lector, imagino que conoce la ruta que Earl toma. La familia, obviamente.

Sin embargo, este simpático relato esta ligeramente nutrido por la adaptación de un personaje a un mundo que desconoce. Así como El libro de las imágenes es una respuesta hacia una actualidad transformada, La mula también lo es. Earl interactúa con lesbianas motociclistas, a quienes recomienda que cierta pieza sea el problema con el vehículo, con unos afroamericanos quienes le advierten que no los refiera con cierta palabra, o lo más clave, el ataque hacia el latinoamericano como una amenaza deshumana. Los agentes de la DEA en su búsqueda por esta misteriosa mula, detienen un mexicano que más inocente no puede ser. Un policía, salido de la nada, enfrenta a dos integrantes del cartel que acompañan a Earl en sus entregas, y si no fuera por la intervención del “Tata”, aquel los hubiera acorralado por respirar. En estas interacciones, Earl acepta los cambios sin recelo ni rabia, y se acostumbra de inmediato a lo nuevo. 

El “Tata”, durante los recorridos de droga, hace ciertas paradas externas a lo planificado, como ir a comer el mejor sandwich de cerdo del Oeste, o pararse a ayudar a una pareja de afroestadounidenses en medio de la carretera. Incluso, aconseja al par de integrantes del cartel que se detengan a apreciar su vida. El adulto mayor como sabio cuyos caminos en la vida pueden enseñarnos a vivirla, pero que, en realidad, tiene poco para compartir. Tal como si su voz se agotara como los latidos de su corazón. Los consejos del decadente “Tata” como la película, es un relato simpático de aquel envejecido cuya voz se ha deteriorado, y su músculo, entumecido.


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