Perfectos Desconocidos: una adaptación con poca sal


Los celulares se han convertido en una extensión de nuestra vida: ahí guardamos contacto con las personas más cercanas a nosotros, fotografías, música, correos, etc. La práctica social en la que nos sumergen estos dispositivos ocasionan diversas reflexiones. ¿En qué medida hay que acercarnos a esta dimensión electrónica sin alejarnos de la realidad? ¿Qué tanto puede ser publicado de nuestra vida privada en las redes sociales? Quizá la paradoja más mencionada en una platica familiar: que dichos aparatos, a pesar de acercarnos con nuestros seres queridos en la distancia, nos aleja de quienes están más cerca de nosotros. 

Perfectos Desconocidos, que ya existe una versión de cada país del mundo, es una historia que refleja que tanto estos aparatos nos alejan de quienes están más cerca de nosotros. Estos aparatos son el secreto y la privacidad materializada de la persona. Y que uno muestre el contenido de su celular es sinónimo a desnudar el alma. Poético, si usted gusta, pero sólo en papel: a la película le interesa el cuchicheo por encima de contar una historia. Enseguida examino dos de sus versiones, la versión española de Alex de la Iglesia, y la versión mexicana, recién estrenada en cines, de Manolo Caro. 
La versión española de Perfectos Desconocidos (2017), me pareció una película que incitaba al misterio entre los personajes. Un grupo de amigos, tres matrimonios y un joven soltero, se reúnen en una cena en la que hay un eclipse lunar que vuelve a la gente loca. En la mesa, deciden poner sus teléfonos, pues quieren divertirse, cualquier mensaje o llamada que llegue durante la cena será oido o leído por todos. Entre ciertas miradas sugerentes la película plantea relaciones entre los personajes, que sirven tan solo como para apuntar quién está andando con quién de infiel. El ritmo de la cinta está sostenido por el dialogo, el cual es la única vía en las secuencias para no desgastar. Algunas conversaciones llegan a ser de interés, otros momentos muy sosos, y algunos otros cocina una historia que nunca sale de la estufa. La relación de los amigos nos da lo mismo, y eso está claro hacia el final: todo fue una ilusión. La destrucción de esta amistad, que por el dialogo se sugiere que es de muchos años, muestra a cada uno de sus integrantes como seres monstruosos, por tan solo ocultar parte de sus vidas en sus celulares. La lección: no pongas tu celular sobre la mesa, esconde tus secretos, anda, continua siendo la misma persona sin castigo. Es una comedia al final de cuentas, que quiere dejar al publico sonriente pero no consiente. 

La película de Manolo Caro es menor en su intento para traerla a tierras mexicanas. Es una adaptación: como tal, la película no utiliza más que pocas veces un aspecto que grita, ¡esto sucede en México! Los diálogos cambian ciudades de España, como Sevilla, a ciudades de por acá, como Guadalajara. Caro no se apropia del guion, y en su lugar, quita, omite, pone cosas nuevas, pero no conserva ni el ritmo ágil de la española. Tan sólo en comparación, una película puede reflejar las virtudes que la otra carece, aunque en plena vista ninguna las tenga. Perfectos Desconocidos (2018), la mexicana, intenta contar un chiste sin el mismo carisma que sus antecesoras copias. ¿Cuál es el valor de contar una historia escuchada en otro continente con un año de diferencia? Un detalle importante que une a la introducción de los personajes en la versión española es su relación con el celular, y la gran atención que hay en ello. Manolo parece más interesado por copiar las imágenes, ya copiadas, y agregarlas en un estilo que pierde esa poca esencia del panfleto. Le dice adiós al juego de miradas, y hola a un ensamble que no tiene química ni hace verosímil que son amigos de mucho tiempo. Para el colmo, tampoco el final es nada sorpresivo pue, de nueva cuenta: todo fue ilusión. 

Me parece curioso como ninguna propuesta ha decidido cambiar el trabajo de los protagonistas. Dejar de ser un abogado o maestro de educación física, —acá en México si hay maestros llenitos—, o cambiar los asientos en los que posicionan a los personajes. Las edades o los sexos, o los roles o las parejas. ¿Qué diferente sería? Pues más que una adaptación, las versiones parecen menos que una apropiación, más que un, ¿cómo se desarrollaría está historia en esta circunstancia cultural?, una adaptación que imita, quita, pone, sin cambiar nada de lugar. 

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