El ombligo de Guie’dani, las fronteras derribadas



No hay un muro físico en México que divida a la nación de otra, pero sí que hay muros invisibles que nos dividen y nos imponen fronteras. Alguna vez leí que, en el período colonial en México, se les asignaba un poblado alejado de los españoles a los indígenas, vivían divididos y hasta la fecha. Un cierto sector de la población, cegado por las ideas falsas del progreso, piensa que, a plena actualidad, las cosas son mejor que antes. Hay muchos aparatos tecnológicos que nos hacen la vida más fácil, ¿no? Sin embargo, nos persiguen los fantasmas del pasado: la desigualdad, la discriminación y el racismo.

El retrato romantizado de la empleada doméstica en Roma (Alfonso Cuarón, 2019) no le permitía abordar los problemas sociales más que con una sutileza sugerida. Era sugerida en las distancias espaciales entre los personajes, en las escaleras, en los contrastes, y era remarcado en el final. Cleo es parte de la familia, pero aún después de salvar a los niños, seguirá lavando la ropa y yendo por gansitos. Por el contrario, la ópera prima de Xavi Sala, El ombligo de Guie’dani (2018) no tiene sutilezas ni sugerencias con los problemas de desigualdad y discriminación en México. Las fronteras invisibles injustas puestas por unos que se creen por encima, son puestas a luz de manera incómoda, arriesgada y con una clara postura de justicia social.  

Lydia (Érika López y Guie’dani (Sórtera Cruz) madre e hija zapotecas, viajan desde Oaxaca a la Ciudad de México para ser recibidas por una familia de clase alta -cuyo perfil parece salido del empaque de la blanquísima leche Lala- quienes les darán un trabajo de planta como empleadas domésticas. Cuando llegan a la casa, Valentina (Yuriria del Valle) las recibe con una sonrisa que se antoja frívola y despectiva. Ella les enseña la casa, una enorme, con un cuarto para cada electrodoméstico, blanca, con escaleras escondidas entre las paredes, y pasillo en los que sólo camina la familia. Por más que Valentina sonría, la cruda realidad es que en el mostrar la casa y sus reglas, se dibuja la esclavitud de la modernidad. Son las diferencias que ocasionan que la familia se sienta amenazada y comience a establecer fronteras jerárquicas invisibles.

Detrás de esos actos, disfrazados de amabilidad, hay una intención clara de despojar a Lydia y Guie’dani de su identidad zapoteca. Si ellas comen sin cubiertos y con tortillas, se les pide que usen sus cubiertos que están en el segundo cajón, debajo de los cubiertos de la familia. Si Lydia y Guie’dani hablan en zapoteco, se les pide que no lo hagan, porque nadie entiende y es mejor el español, aunque ellos hablen en inglés para que no les entiendan. Si usan ropas zapotecas, se les pide que usen ropa que ellos compraron, porque, aunque no se les pida un uniforme, hay que vestirse bien. La relación vacía, fría e injustificada entre Lydia y Guie’dani, y la familia, se siente incorrecta, incómoda por la realidad que retrata. La película adopta el punto de vista de Guie’dani para mostrar a la familia. El cuadro es distanciado, bloqueando el primer plano con objetos fuera de foco, y escondido para que los personajes no se den cuenta de la presencia de Guie’dani. En estas conversaciones es imposible sentir empatía por la familia, piensan que el trato digno es una bondad de gente bondadosa como ellos.

Guie’dani es un personaje activo, que se rebela ante las injusticias, que no baja la mirada y se ríe de las tonterías de la familia. Si le dicen que no toque nada, ella hundirá su mano en la pecera. Si le dicen que aprenda español, ella hará lo posible para correr al maestro. Si le dicen que tiene que dejar de hablar en zapoteco, seguirá hablando en zapoteco. Hace pequeños actos para desquitarse con la familia. Los realiza con el fin de derribar las fronteras que los separan, en la búsqueda de la libertad que le fue negada al entrar por esas puertas. Son esos pequeños actos, como subirse a un trampolín, en los cuales se puede respirar un éxtasis por escapar, aunque sea un momento, del encierro de Guie’dani. Sórtera Cruz, con solamente su mirada, puede transmitir el desprecio que le tiene a la familia, la esperanza que tiene de regresar a su pueblo, y los sentimientos encontrados ante su madre, que comienza a adaptarse cada día más en la casa. Guie’dani es un personaje que derriba las fronteras invisibles al traspasar las reglas injustificadas de la familia.

El ombligo de Guie’dani es una película arriesgada, con una postura que expande la pantalla de cine: el problema está afuera, sigue afuera y jamás se ha ido.

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