Esto no es Berlín, la búsqueda de identidad
La adolescencia es como un largo
sueño del que escapas tan solo al despertar. El sueño también es esclavo de
quienes jamás despiertan y de los que nunca despertarán. La cámara en mano de Esto no es Berlín (2019) es una mirada curiosa, de alguien que vivió
en carne propia la historia de la película, pero que no adopta movimientos
elaborados o coreografías complicadas, sino que su mirada viene de su propio
sueño y del despertar. No es sorpresa que la película sea una ficción autobiográfica
del director, que también actúa como el tío del protagonista. Sin baños de
nostalgia, Hari Sama está más interesado en compartir y mostrar un mundo que
marcó su vida, que regodearse en su desaparición.
Situada en 1986, dos jóvenes
adolescentes descubren un club nocturno clandestino que cambiará el rumbo de
sus vidas. Carlos (Xabiani Ponce de León) no está identificado en los roles que
sus otros compañeros sí, un cierto tipo de música que se pone en los coches, o
las luchas con alumnos de otras escuelas. Durante la escena inicial, el sonido
nos advierte que Carlos no está presente en la lucha, está, pero inamovible, al
punto que se desmaya en medio del ojo del huracán. Tiene un hermano menor del
que se hace cargo, y a veces el menor de él, y su madre, Carolina (Marina de
Tavira) aunque está en casa, está ausente. Está enamorado de la hermana de su
mejor amigo, Rita (Ximena Romo). Y con su mejor amigo, Gera (José Antonio Toledano),
se la pasan escuchando a Judas Priest y Joy Division.
Cuando llegan al club nocturno
clandestino “El Azteca”, Carlos y Gera quedan fascinados por la ambigüedad sexual,
las drogas y la libertad. La primera media hora de la película se trata de sus
intentos por regresar a ese lugar, son menores de edad y el lugar se encuentra
muy lejos de su casa. Sin explicación, Carlos y Gera comienzan a distanciarse,
mientras uno está castigado y el otro se hace amigos de los dueños del lugar. En
este momento, Carlos sube a un cuarto arriba del lugar en el que descubre un
grupo de artistas muy particulares. La cámara, por breves momentos, es blanca y
negra, estamos desde el punto de vista de un personaje sin nombre que tiene una
cámara en sus manos. Desde ahí, la película nos presenta este grupo en total
libertad de movimientos para la cámara, da vueltas, mira hacia la comida, los
personajes, las luces o los bailes. El gran acierto de la película es que las
escenas que no son en el Azteca nos hacen extrañarlo, porque ahí sucede lo más
vivido, arriesgado y la identidad que envuelve a la película.
Este año también se estreno Mid90s
(Jonah Hill, 2018) con la cual Esto no es Berlín comparte algunas similitudes.
La ópera prima de Hill es una cinta semi-autobiográfica, en donde un joven, no
mayor a quince años, se hace amigo de un grupo de skaters a los cual trata de
impresionar. La película no tiene ninguna postura moral respecto a sus
personajes, quienes tienen contacto con el alcohol y las drogas desde una
temprana edad. Esta mirada le permite a la película evadir prejuicios morales
para contar una historia, que en ocasión también evade de los conflictos
familiares. Tanto Stevie como Carlos, encuentran en este grupo de personas un
lugar en el que se sienten, por primera vez, cobijados y aceptados. Menciono
esta película porque comparten similitudes. Personajes en común, como madres ausentes o
deprimidas, tensiones familiares por las que el personaje prefiere estar
afuera, el distanciamiento de una amistad, las drogas, etc. Sin embargo, ahí
donde Mid90s es una tierna anécdota de amistad, Esto no es Berlín prefiere
una postura política sobre el mundo suburbano del 86.
Durante una gran sección de la
película, Carlos pasa a ser el secundario: todavía este mundo se presenta bajo
su mirada, pero el interés se coloca en el arte performativo. “El Azteca” está
conformado por un grupo de artistas en la línea dadaísta -según la cual el arte
no es necesariamente bello, también puede ser grotesco, asqueroso, etc-, que en
su mayoría forman parte del movimiento de liberación LGBT. La película nos
presenta diferentes artes performativos en donde se pone lo más arriesgado e
interesante de la película, funciona como una declaración, como una forma de
protesta y resistencia. El título remarca una identidad muy específica de este
movimiento en México. Este movimiento no era como el que sucedía en España o
Alemania, sucedía y sucedió en México, con sus propias características. La película
elabora sobre la búsqueda de una identidad, de una pertenencia y de un
despertar. Quizá por eso la imagen final nos muestra a Carlos -con los ojos más
abiertos- ante un desfile que celebra la independencia de México. Puede ser está
su independencia de un México que ya desconoce.
De la misma forma que Mid90s,
Esto no es Berlín también huye del conflicto. Durante gran parte de la
película parece que Carlos ha encontrado un lugar que lo cobija y lo apapacha,
aun cuando su preferencia sexual es la opuesto a ellos. Carlos no afronta ningún
obstáculo, ni alguna indecisión sobre su preferencia sexual, está muy seguro y
cómodo en ese grupo. La pertenencia a este grupo se muestra visualmente en su
corte de cabello, y más aun cuando camina por el pasillo de la escuela sin
temor alguno. Sin embargo, parece que no le ocurre nada al pertenecer a este
grupo. Por esta razón, algunos personajes más conflictivos salen con mayor interés,
como su mejor amigo Gera, Rita, o Nico, su amigo artista de “El Azteca”.
La película no puede combinar sus diferentes aristas en una misma narrativa, ya sean políticas, o de problemas familiares, o de búsqueda de identidad. Por gran parte de la película no se siente una dirección fija a la cual la película te conduce. Esto se nota sobretodo en el ritmo de la película, en la que hay ciertos capítulos que se extienden demasiado y otros, que duran muy poco. Hay cabos y personajes sueltos que no tienen un tratamiento desarrollado o una resolución para el final de la película. En especial, algunos personajes secundarios como Rita se abandonan en un tercer acto que sucede para iluminar una emoción dramática que la película carecía hasta ese momento.
La película no puede combinar sus diferentes aristas en una misma narrativa, ya sean políticas, o de problemas familiares, o de búsqueda de identidad. Por gran parte de la película no se siente una dirección fija a la cual la película te conduce. Esto se nota sobretodo en el ritmo de la película, en la que hay ciertos capítulos que se extienden demasiado y otros, que duran muy poco. Hay cabos y personajes sueltos que no tienen un tratamiento desarrollado o una resolución para el final de la película. En especial, algunos personajes secundarios como Rita se abandonan en un tercer acto que sucede para iluminar una emoción dramática que la película carecía hasta ese momento.
Aun cuando los puntos narrativos
que llega a tocar Esto no es Berlín, no están muy alejados dentro de su
género, aquello que la hace arriesgada y con mucha valentía, es mostrar un
mundo sin censura, sin juicios morales, que le imprime tanta identidad a la película
que es difícil pensar sobre ella sin “El Azteca”. Es una propuesta personal que
viene desde las entrañas, a la que no le da miedo mostrar postura, cuyas
secuencias de arte performativo son el atractivo principal. Es una película conducida
por el deseo de despertar de un largo sueño.
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