Los crímenes de Grindelwald: la pseudo-magia


Es seductivo pensar en un mundo mágico sin límites para la imaginación de nuestras profundas fantasías. J.K. Rowling escribió hace veintiún años la historia de Harry Potter, un niño que se adentra a esta dimensión extraordinaria. Criaturas extrañas, hechizos para levitar cosas, varitas, un deporte de escobas voladoras, y una escuela en la que aprendes a ser mago. Pero había algo del cual le fue a Rowling imposible desprenderse: el mal. 

La serie es un cuento de antaño: la lucha entre el bien y el mal. Si bien, este elemento está desde el principio de la historia, todavía en los inicios juega con tono infantil.  Mientras la serie progresa, Harry crece junto a la historia, y la perspectiva es madura: este mundo mágico tiene un lado retorcido. Esto es más clara con las adaptaciones a cine, la imagen cambia de colores saturados a su contrario, y adquiere un tono gris verdoso hacia el final. Incluso en un mundo mágico, el mal puede existir, y con esta idea, Rowling teje una ventana hacia nuestro propio mundo. 

La raza de criaturas que son esclavas por voluntad propia y no permiten liberarse. Los elfos egoístas y adinerados que son guardias del banco. Voldemort es una alegoría de Hitler, quién desea eliminar a personas que no son parte de su raza. La distinción entre los sangre pura y los muggles, la gente no mágica, como aspecto esencial del racismo. Los dementores, seres que chupan tu alma y felicidad, quizás, como un signo de depresión. El patronus que sirve para ahuyentarlos, como una receta para liberarse de la oscuridad. En la serie quizá hayan más elementos para demostrar que Rowling usa lo mágico como alegoría del mundo. 

Los personajes malvados en la serie de Rowling son así por la concepción que la autora tiene del mal. El mal se crea porque no se recibe el amor que se merece una persona. Esto no la libera de la responsabilidad de los actos que cometa, sino que permite una conexión más cercana con el personaje. En algunos, aún más que otros: Voldemort es el mal encarnado por excelencia, sin posibilidad de redención, pero esta intención en personajes como Severus Snape, dan pie a la anagnórisis del núcleo de la historia. La idea es que alguien es malo porque no fue amado, y sin el amor, la gente puede volverse maligna. 

Mencionó todo lo anterior porque me parece relevante para estudiar el caso de la décima película de la serie, Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald (2018). Parece cansado que diez entradas cinematográficas no sean suficientes para dejar claro el punto anterior. Seré amable con Rowling: concederé que hay algo nuevo que quiere explorar en su película, pero que ya no le es posible jugar con la narrativa. La serie está agonizando y la autora quiere resucitarla de las cenizas. ¿Su ambición es el dinero o el deseo excesivo de explotar su mundo? La magia se ha perdido. 

Esta película es la segunda dentro de una nueva serie que diverge de la principal. La primera parte, Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos (2016), era un tanto forzada pero con encanto, y el mal seguía presente como la opresión al que es diferente. El azote a los niños que crecen reprimidos, y que por sólo ser diferentes e incomprendidos, crecen como seres heridos y ajenos al mundo. Rowling introduce en Los Crímenes de Grindelwald un mundo mágico que está a punto de fragmentarse. El bando de Grindelwald quiere gobernar como raza superior. El otro bando busca una convivencia amena, y es la antítesis del anterior. La pseudo-historia se trata de una decisión política para los personajes, tienen que decidir pertenecer a un bando. El tema es interesante: ¿qué hace a una persona encontrar motivos suficientes para apoyar una causa cuando ésta es indiferente ante los problemas? Newt, el protagonista de la historia, y a quién Rowling tema hacer protagonista, le preocupa sólo sus criaturas mágicas, y su viaje define la posición que tomará en la batalla. Otros personajes tienen el mismo arco: ¿escoger el bien o el mal? Hacia el final de la película hay elecciones que fragmentan la relación que hay entre los personajes. La idea es que cada bando está establecido, y la guerra está pronta a comenzar. 

La serie fue anunciada con la duración de cinco películas. Quizás innecesario pero que con signos tempranos de agotamiento. El interés de la película es construir bloque por bloque, lo más lento posible, porque hay otras tres películas más para alargar la historia. Me agrada que la película explora estas intenciones en los personajes y su inclinación política, pero siempre y cuando, el ejercicio sea bien realizado. Las decisiones de los personajes son gratuitas e infantiles. El gusto de la autora está más presente que el personaje mismo. Y si quieres darle la misma atención a catorce personajes tienes que perder otros aspectos. Avengers Infinity War (2018) prueba que puedes excitar a las audiencias con treinta personajes y ningún desarrollo siempre y cuando tengas veinte películas detrás y pura acción sin drama. 

Los Crímenes de Grindelwald necesita o más películas detrás, o una seria revisión de la narrativa. La historia es simple de explicar: Los dos bandos están buscando a Credence, un muchacho que había muerto en la anterior película pero que la magia de Rowling lo revivió. En él hay una gran fuerza maligna, si los malos lo encuentra, es un riesgo para todos, pero si los buenos lo haya, puede salvarse el día. Sencillo. Una persecución de algo deseado por todos. Clásico, diría. La historia sigue a Newt y Jacob, a Tina, a Grindelwald, al propio Credence, y otros tres personajes más con igual de importancia. El amor que desborda Rowling por sus personajes es excesivo: quiere la misma atención y que hayas leído todo lo que ha escrito. De otra forma, es imposible entender a cada uno. Le es difícil establecer un personaje o hacerlo progresar. Nadie se enfrenta a ningún obstáculo, o aprende algo al final del día. Están por todos lados, del tingo al tango. Hay una pseudo-historia que no aterriza. No es el exceso de personajes, sino que no hay una perspectiva clara desde dónde contar la historia. En este caso, el que mucho abarca, poco aprieta. 

Continuo con los elementos nuevos que Rowling introduce a su mundo mágico. Grindewald quiere gobernar a quienes no son mágicos, y se mueve con un discurso de odio disfrazado de amor y libertad. Esta vez, Rowling le da voz al antagonista: su discurso es claramente dirigido hacia nosotros. El mal que Grindelwald desea prevenir para los suyos es el mal del hombre. La película sucede unos años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Lo que él quiere evitar es justamente eso. ¿Quién no desea evitar el mal? El discurso es seductor, lo que apoyaría el que algunos personajes se cuestionaran su posición política. Aún más cuanto tienes otros elementos para apoyarte. 

En este mundo también hay policías/soldados, se llaman aurores: magos detectives que tienen ordenes de asesinar a quienes consideran un peligro. El valor de la decisión está depositado en cada auror, su decisión es inapelable. Hago una nota: en este mundo hay un hechizo, avada kedabra, el cual es una maldición asesina, y esta prohibido para todo mago. Sin embargo, a los aurores se les permite utilizar el conjuro. En una parte de la película, Newt los crítica por hipócritas al destruir todo aquello que no pueden entender. Grindelwald  tuerce la situación a su favor al mostrar que los aurores son los violentos y no su bando, otra técnica de persuasión. Este pseudo-elemento político es una herramienta que tuerce la idea de este mundo mágico. Los claroscuros comienzan a estar presentes, y una crítica aguda pudo estar por encima de un vanal cuento de hadas. 

Rowling tiene buenas ideas. Algunas veces, no sólo bastan nuevas ideas, sino nuevas perspectivas. Lo que puede notarse en las adaptaciones cinematográficas: las primeras dos películas siguen una misma esencia infantil. El cuento cambia cuando Cuarón llega a la silla de director. El mundo adquiere sus primeros pasos grises hacia la madurez. Es más cruda y arriesgada para un blockbuster. Con la llegada de nuevos directores, la serie quiere encontrar una estabilidad. Un sello uniforme que no cambie y que mantenga el mundo de Rowling tal cual es. David Yates ha sido el director predilecto para tener este cargo. Los Crímenes de Grindelwald es la sexta película que realiza para que nada nuevo entre y lo viejo no salga. Un dúo anti-dinámico: Rowling y Yates. Tienen algo que decir, quizás eso pueda conceder, pero el desgaste es excesivo, las ambiciones no por el bien de la historia, sino para llenar de oro ese bolsillo. 

La magia se ha esfumado.

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