El infiltrado de KKKlan: un discurso estremecedor



Lo poderoso de contar historias situadas en el pasado radica en encontrar algo ahí vivo en nuestro presente. Lo que pensabas en el pasado, lo que era imposible en la actualidad, en realidad, continúa, no ha terminado. La falsa idea del progreso aleja a nuestra mirada del verdadero ahora. El infiltrado del KKKlan (2018), la más reciente cinta de Spike Lee, es justamente este tipo de película: con una discurso poderoso enfrenta el racismo pernicioso en Estados Unidos. 

Ron Stallworth (John David Washington) es un policía afroamericano que un día encuentra el número del Ku Klux Klan en el periódico. Logra infiltrarse en la organización: el hace las llamadas por teléfono y Flip Zimmerman (Adam Driver) hace de presencia física. El dúo investiga a la organización, pero mientras para Stallworth es una aventura heroica, para Zimmerman sólo es parte de su trabajo. Lee sobrepone el discurso por encima de la narración, lo sorprendente: no pierde el filo emocional, realiza una crítica aguda al racismo, e incluso encuentra humor en su historia.

Es una cinta que retoma el género de las películas policiacas. Los dos protagonistas son opuestos entre sí, pero se rompe ligeramente con el cliché: lo que los distancia es su relación sociocultural con el Ku Klux Klan. El objetivo es el mismo: detener esta atrocidad. La relación no desemboca en una amistad rebosada de gloria por trabajar juntos, sino que se trata de un enfrentamiento ideológico. Flip Zimmerman se enfrenta a negar su pasado judío, con el cual nunca ha estado vinculado, pero al ingresar a esta organización, siente una atracción por sus tradiciones. Ron Stallworth es el único policía afroamericano de la unidad, y se enfrenta a una dualidad, trabaja para quienes oprimen a su gente, pero él apoya su liberación. Los dos personajes al negar sus contextos entienden el valor del que provienen. 

Quizás Zimmerman es el personaje que tiene un arco pronunciado, sútil, pero que en última instancia: es poco explorado. Por otro lado, Stallworth, en este caso, no necesita un arco: su contexto es tan agudo que el discurso lo sobrepasa. Podría haber sido explorado el conflicto entre trabajar para quienes oprimen a su gente, los puercos (policías), y su verdadero apoyo a la liberación de su gente. Patrice (Laura Harrier), —sí la enamorada de Peter Parker en Spiderman Homecoming—, es el personaje que se encarga de jalar hacia un lado más político la historia. Es presidenta de un grupo de universitarios que luchan a favor de su libertad, marchan, hacen pronunciamientos públicos, invitan a voces importantes para discutir el movimiento. Ella más que actuar como interés romántico es el vivo recuerdo de la lucha contra el racismo. Es quien se encarga de arrastrar al personaje hacia un lado más político, acercado a la liberación. Patrice es el cataclismo para el conflicto de Stallworth, el cual no es solucionado. Quizás con la intención de abrir el debate al público, o porque la intención de la historia era otra. 

Las excusas para motivar al trama son muy sencillas, casi movidas por una tradición narrativa que se omite, por bien del humor. Lo que triunfa, en efecto, para el bien de la cinta: las situaciones que avanzan con la trama son ocurrentes. El humor está presente en muchas secuencias. Un ingrediente extrañamente adecuado para el tono político de la película. ¿De qué nos reímos? Del absurdo de la organización, de lo patético que son los integrantes del Ku Klux Klan, de las idioteces que piensan. 

En lo que tal vez sea, la mejor secuencia de la película, Spike Lee intercala dos eventos: del grupo estudiantil afroamericano y la iniciación de los integrantes del Ku Klux Klan. En éste último se proyecta The Birth of a Nation (1914) de Griffith, la primer película que experimenta con el montaje paralelo, y que causó gran polémica por ser abiertamente racista. La secuencia, que retoma las ideas de montaje, invita al espectador a analizar dos discursos: uno de odio y uno de liberación. No hay forma humana de apoyar el primero. El contraste es evidente: unos se burlan de las desgracias de otros, y los otros se compadecen agraviados con deseo fervor de lucha. Ron y Flip son quienes en pantalla se adentran a dicha organización racista, pero detrás de la cámara, el infiltrado es otro. 

Spike Lee se infiltra en la organización para exponerla, para hacerla publica, para criticarla, para destrozarla, para mostrar que no hay nada, y nunca lo hubo, redimible. La crítica es aguda desde el principio, desde la burla con los mensajes ideológicos al principio de la cinta, como la continuación en la historia: el odio perduró hasta los setenta, la organización resurgió pero, ¿ha terminado? Es aquí dónde el discurso se hace potente: el pasado continua. 

Las imágenes que conforman el discurso son brutales. Hacia el final de la película metraje de la realidad se combina con la propia trama. Es una extensión de la ficción, hacia de la propia realidad, hacia la propia realidad. Es un retorno al mundo real. No sólo recuerda que estamos en un cine, sino que nos aterriza al mundo. El Ku Klux Klan sigue existiendo, el racismo sigue existiendo, la falsa creencia de la supremacía blanca sigue existiendo y figuras como Trump son peligrosas para la libertad. ¿Porqué habría que ignorarlo? 

La historia que acabamos de observar podría suceder en este momento. No está lejos de nuestro presente. Es un discurso contundente, poderoso, y aterrador, se posiciona por encima de la trama, y omite todo aspecto sutil. Pone la cuestión sobre la mesa con una voz estremecedora: ¡esto sigue y perdura! Y si no ha quedado claro: la última imagen es la bandera de Estados Unidos volteada al revés.


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