Guerra Fría: la pasión de la imposibilidad



A pesar de que hemos experimentado la misma historia, en nuestro corazón permanece la necesidad de vivirla. Quizá sea erróneo decir que no había visto película como esta, que no hay otra parecida, que no tiene referente. Esta cinta es sobre el amor a través del tiempo. Y medito sobre su relación a otras historias, sobre su referente previo. Pero me encuentro con algo más valioso, algo especial y único, pues no importa cuantas veces me acuerde de una historia similar, Cold War (2018) tuvo un efecto en mí. 

La nueva cinta de Pawel Pawlikowski es una historia romántica situada en Polonia durante la Guerra Fría. Los (des)afortunados enamorados de la historia: Wiktor (Tomasz Kot) y Zula (Joanna Kulig). Ellos se conocen durante las audiciones al grupo de música y danza popular, en el cual Wiktor es pianista y conductor. Son totalmente incompatibles pero el destino los ha condenado a estar juntos. La atracción es inexplicable como el amor. 

La gran tragedia es que son separados por las circunstancias políticas de la época. Aunque su separación no se limita a eso, es un factor que contribuye a su siempre esperado encuentro: se alejan entre sí por sus temperamento para volver a encontrarse, ahí radica la cuestión. El objeto de su pasión, quizás, nace de la imposibilidad de continuar indefinidamente. Se enfrentan a la eterna separación, y al peor enemigo: el tiempo. Hacia el final, el resultado es un silencio melancólico en el cual el amor ha vencido al tiempo y la muerte.

Por algún lado leí que las historias del cine se cuentan sin los pedazos aburridos. La estructura de ésta cinta es episódica. La separación o unificación marca el inicio o final de un episodio. La historia es el conjunto de episodios entre ambos personajes. No es interesante la soledad, el corte abarca hasta el siguiente encuentro. Entre los espacios que abandona la película, la tarea del espectador es rellenar esos momentos. Los personajes evolucionan, quizá, cambian de acuerdo al nuevo contexto en el que se encuentran. Es lo más cerca que he estado de una literatura cinematográfica: sentí recorrer con la mirada y con el oído los pasajes de una novela. 

El formato de la cinta es cuadrado, y cada encuadre está cuidadosamente planificado. Los personajes se sitúan en el último tercio inferior, y en ocasiones, están separados del fondo. Las imágenes tienen un poder seductor: nos enamoran con la vista, y la música tiene otro factor: nos enamora con el oído. Es una película que nos acerca a suspirar cuando se vuelven a encontrar, a llorar cuando están lejos por circunstancias externas. El diálogo no está desperdiciado: va directo al punto y esconde las intenciones de los personajes, ya sea de los propios protagonistas o de los secundarios. Es aún más exquisito cuando, quizás muy directamente, el diálogo nos enfrenta a la metáfora de la película: el péndulo mato al tiempo. 

Cold War es una historia de dos amantes que sobreviven al tiempo. Es un amor que no es vencido por el tiempo. Es un amor que no es vencido por la vida. Es un amor que perdura por la muerte. 

Escribo esto siendo dos días y dos noches desde que vi la película. Espero verla una vez más y complementar esta entrada. 

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